Es tan triste saber que afuera hay una lluvia de estrellas y no se ve por la luz de la ciudad; solo me queda pensar en papalotes

Ese día yo dormitaba en una hamaca. Medio abría los ojos para vigilar el mar, el cielo, las nubes, las olas y la gente que nadaba. Pero había un señor con un papalote. No un papalote casero, de esos de palitos, sino uno bueno, grande, debía medir como metro y cacho de envergadura, A veces lo dejaba subir unos 50 metros, luego lo bajaba y volvía a subir, los pájaros lo veían con tristeza, un compañero volador atado, tratando de escapar pero sujeto al suelo por ese fino hilo, y un tipo abajo dándole un poco de línea y luego regresándolo hasta el suelo, para ser desarmado y guardado.

Cuando lo guardó me sentí triste y me fui a caminar, imaginando volar sujeto a un papalote gigante, que me levantara.
Cuando regresé había otro papalote, saqué la cámara y lo convertí en bits.

Quisiera convertir la cruda que traigo en bits. Descubrí que hay un lugar que venden mezcal, barato muy cerca de mi casa. Ayer lo visité. Creo que es peligroso. Tan rico, tan barato, tan cerca de casa. Después de ahí fuimos al cumpleaños del B. Había un triste botella de tequila, nadie le hacía caso, tuve que ayudarle. Fue cuando todo valió madres. Como de costumbre cuando la fiesta se pone mejor (según yo), a eso de las 4-5, cuando ya hay poca gente, y puedo moverle a la música, gente ya duerme en los sillones, sujetos tirados afuera en el pasto, una vez mas, ahí estaba yo, brincando junto con la señorita F. y cantando buenas rolas. Ya hacía falta una así, y no pude dormir, hasta que salió el sol, solo unos instantes después de que entré a mi casa. Unas tres horas después ya estaba camino al trabajo, con mi periódico sabatino y mi agua; cerrada aún, la cruda no llegaría sino hasta unas horas después.