Fantasmas y camiones

El parabus tenía una extraña acentuación en "Miguél", personaje extraño de la historia de la ciudad, plantador de árboles, dio una cara diferente a las calles y parques, pero también cometió un grave error cuando vació la cuenca y la ciudad empezó a hundirse -más-.
El último camión pasa antes de las 12. Esperaba en el parabus extrañamente acentuado, sintiendo las gotas frías que los árboles me dejaban caer después de la tormenta que cayó toda la tarde, no había viento que los sacudiera y pudieran levantar sus pesadas ramas cargadas de millones de gotitas frías que caen justamente entre mis anteojos y ojos, ensuciándolos y haciéndome brincar de la horrible sensación de apenas poder mover el párpado a tiempo.
Al fin, a lo lejos se veía un cacharro andando sobre la vacía y oscura calle mojada. Sin luces y vacilando entre carril y carril, levanté el brazo y se detuvo a unos 10 metros de la parada. Antes de la parada. Caminé hacia el y subí. A esas horas es más caro, entregué la moneda al conductor, que iba acostado en su asiento en posición que hasta los de coapa pensarían que es exagerado, pero el iba muy cómodo.
Total oscuridad, total silencio. Hasta que encendió su estereo del cual sólo salían sonidos lastimeros, le subí a mi mp3 y me sujeté del tubo para no caer.
Por las caras y posiciones de la gente parecían muertos, tal vez trabajaron todo el día y regresan a casa esperando alcanzar el metro antes de que cierre, internarse en las profundidades a media noche, o tal vez el pesero los llevaría a su destino en algún lugar por debajo de esa cuenca que vació el tal "Miguél", porque se que no podrían bajar, no tenía timbre, no tenía luz, no tenía sentido.
Bajé en mi parada brincando del camión en movimiento, sin voltearlo a ver. Ya no lo escuchaba, se fue y yo logré escapar.
Tal vez mañana aparezca de nuevo a la misma hora y me lleve a casa, si es que logro escapar.