Siento que me muevo, abro los ojos. Es mi madre. -Vístete, ya se van.
Me levanto y me preparo a toda velocidad, son las cinco de la mañana, es miércoles, en cuatro horas se supondría que tendría que ir a esa escuelita que había en frente de los viveros, faltaría, pero ahí no importa, sólo tengo cinco años. Iré a pescar con mi padre y bisabuelo.
Dos horas de camino. Dos horas viendo esa carretera, no me duermo, desde entonces no me duermo en la carretera. Curvas e historias de los sujetos que están enfrente, se escuchan lejanos o mejor dicho, yo estoy lejos, perdido en mi viaje.
Llegamos a las cabañas, dejamos las cosas y sacamos el equipo. En el muelle nos espera el Cerillo, era el que preparaba la lancha, la Gaby, motor Johnson fuera de borda de 40hp, de esos viejitos grandes, tres asientos, dos individuales adelante y otro largo atrás.
Olor a gasolina, grasa, humo, agua, madera, curricanes. Delicioso olor.
Giraba la llave y encendía el motor, palanca hacia el frente y a pescar.
Durante tres horas nadie hablaba, sólo se escuchaba el sonido de las cañas cortando el aire y el pequeño pecesito de plástico cayendo a lo lejos, carretes girando y a lo lejos las lanchas rápidas con los esquiadores que empiezan a salir.
En algún momento da hambre. Siempre ese momento es a las 11, sacábamos el pan dulce, café, leche, chocolate. Maravilloso. Al terminar el viento ya es más fuerte y la presa se pica, así no se puede pescar, hay que regresar.
Desde esa ventana se puede ver la presa. Por las noches llueve. Todas las noches llueve y caen los relámpagos dividiendo la ventana en dos. Se escucha la lluvia, hasta en los sueños se escucha la lluvia, tal vez por eso se duerme tan bien.
Tal vez por eso, 22 años después me sigo despertando a esa hora, esperando que me digan a pescar.
Tal vez por eso me sigue dando hambre a las 11.
Tal vez desde entonces estoy perdido en mi viaje.
Y hoy simplemente me acordé de esas salidas a pescar.