La corneta sonó a las 8.25, veinticinco minutos tarde, la organización como cada año era mala, pero al fin podíamos correr al mar, entre codazos, patadas, todos usando sus respectivas gorras de colores según las categorías, creo que ese año a la categoría libre nos tocó rosa, esos organizadores les gusta reírse de nosotros. Ese fue el último año de la antigua ruta, saliendo de Caleta (si, esa playa que hace unos meses cerraron por exceso de contaminantes en el agua, de verdad sabe a gasolina), y la llegada a Hornos, del otro lado, algo así como cuatro kilómetros y medio, pero como no vas en línea recta siempre haces más, unos cien metros más, pueden ser esos metros que te hagan ganar o perder, como a mi, pero ese año no iba por los primeros lugares, era la primera vez que hacía un aguas abiertas e iba a aprender, y vaya que lo hice, es de lo más grande que he visto/hecho/sentido en mi vida.
En cuanto dejas atrás a las otras categorías y agarras ritmo y sigues a los líderes empiezas a sentir esa emoción que da el mar (al menos yo, algunos compañeros eran como maquinitas, solo nadan), te empiezas a alejar de la playa y tienes que rodear un acantilado, para entrar a la bahía, pero justo cuando estas en el punto de inflexión las olas son enormes y si eres diestro respiras por ese lado, la vista es increíble, de pronto estas encima de una ola unos dos metros arriba de todos viendo hacia el Pacífico, infinito, la siguiente brazada estas dos metros abajo y solo ves agua. En este punto yo estaba perdido viendo el mar cuando me di cuenta que me había desviado unos metros del grupo de los 3 punteros, atrás de mi venían unos 6 siguiéndome, y como ya estábamos muy cerca de las rocas se me hizo fácil pasar entre una roca enorme, muy pegada al acantilado y alcanzar a los tres fugados que se fueron por la parte de afuera. Este es uno de esos grandes momentos de mis “se me hizo fácil”. La corriente en este punto se pone muy ruda y las rocas están apenas como a un metro de profundidad y las olas en cualquier momento te avientan contra la pared, abajo puedes ver los erizos listos para darte un llegue y que se te ponga buena la entrada a la bahía. Al fin pasamos ese lugar y al frente estaba la “piedra del elefante”, lo que quería decir que ya estábamos por entrar y lo demás sería fácil, línea recta hasta la meta. Una hora y cuatro minutos después del cornetazo llegué a la playa, corrí a la meta y listo, se acabó, a tomar agua y quitarse la vaselina del cuerpo, según para que no te piquen las aguasmalas, nunca he visto ninguna, solo muchos pececitos que te siguen por momentos, y esas sombras que ves pasar por debajo, de unos dos o tres metros, es cuando sacas la cabeza y ves hacia el frente, nadando rápido rápido.
Nunca se me hizo ir al del Cañón del Sumidero, según un amigo, de repente ves cocodrilos, y la entrada a la presa es impresionante, pero bueno, algún día volveré a entrenar y no se, tal vez hasta el de Hawai, que también esta re bueno, aunque el agua es un poco fría.