El desconocido estaba solo. Mirando alrededor vio su soledad, vio el agua de la hermosa bahía, vio el sol que se deslizaba por los últimos colores, y luego, volviéndose a medias, descubrió en la arena un pequeño objeto de madera. No era más que el delgado palito de un exquisito helado de limón, fundido hacía mucho tiempo. Sonriendo, recogió el palito. Con otra mirada alrededor, para confirmar su soledad, el hombre se agachó de nuevo, y sosteniéndolo suavemente el palito, con leves movimientos de la mano, se puso a hacer eso que sabía hacer mejor que ninguna otra cosa en el mundo. Se puso a dibujar increíbles figuras en la arena.
Un cachito de En una estación de buen tiempo, incluido en el Remedio para melancólicos de Ray Brabury.
Conocí esa playa, y aquellas rayas que pintó aquel (no tan) desconocido personaje.
Todas las mañanas pasaba ese tractor borrando los rizos que quedaban en la arena al amanecer. Sólo los puedes ver si pasas por ahí y no hay nadie, tal vez un desconocido, a lo lejos, un hombre bajo, cuadrado de hombros, tostado por el sol hasta un tono caoba en la afeitada cabeza, y los ojos claros brillando como agua en la cara.